Simón de Rojas nació en Valladolid el 28 de octubre de 1552. Sus padres se llamaron Don Gregorio Ruíz Navamuel y Doña Constanza de Rojas, conservando dos cuadros con sus rostros en la Ermita. Doña Constanza era mostoleña, siendo ella la que donó parte de su casa para que se construyera la Ermita.
En Valladolid pasa su infancia, junto a sus padres y hermanos: Gregorio, García y Ana. De Simón se ríen los otros porque es introvertido y muy corto para los estudios. Sin embargo, aventaja a sus hermanos en la devoción a la Virgen y la obediencia a sus padres.
Una de las curiosidades mayores asociadas a San Simón de Rojas es que no pronunció palabra alguna hasta los catorce meses y entonces las primeras palabras fueron Ave María. Con este extraordinario y maravilloso suceso parece que quiso manifestar el cielo que este niño era elegido para venerar a María. Era un enamorado de esta Reina celestial que trabajó con celo incansable para promover su culto y veneración y aquellas palabras: «Ave María». Las repitió con frecuencia en todas sus devociones y en todo el tiempo de su vida.
A los doce o trece años, recibió el hábito de religioso trinitario en el convento de Valladolid donde quedaban admirados los religiosos de las virtudes en el santo novicio y daban gracias al Señor de que le hubiese traído a su casa para lustre de toda la Orden.
Profesó el 28 de octubre de 1572. Cuando tuvo la edad prescrita por los sagrados cánones, recibió las órdenes sagradas del sacerdocio y como tenía gran devoción a la Virgen, pidió y consiguió de sus superiores licencia para decir la primera misa en el convento de las Virtudes, un monasterio que la Orden Trinitaria custodia en pleno campo, en Castilla-León, donde se venera la imagen de la Santísima Virgen.
Al despedirse de sus hermanos, estos se quedan estupefactos: ¿no era tartamudo Simón?, se preguntaban, ¿cómo habla ahora perfectamente?, Milagro, milagro. En efecto, eso había acontecido. Así lo declara el gran Maestro Paravicino, íntimo confidente del santo trinitario.
De 1574 a 1580 estudia en la Universidad de Salamanca, siendo en 1577 ordenado sacerdote. Empieza a ejercitar este ministerio en Villoruela (Salamanca) como capellán de las Religiosas Trinitarias, las cuales cuentan muchas tradiciones sobre la virtud y los milagros del Padre Rojas. Aquí es donde apuntan las directrices de su futuro apostolado: su amor a la Virgen Santísima y su servicio heroico para con los pobres.
Fue superior en Cuéllar (Segovia), Talavera de la Reina (Toledo), Cuenca, Ciudad Rodrigo (Salamanca), Medina del Campo (Valladolid), Madrid, Valladolid y Madrid por segunda vez. Ocupa los cargos de provincial de Castilla, visitador por dos veces de esta misma provincia y una de la de Andalucía. Su educación, su psicología, su amor a los religiosos y su ejemplo permanente de santidad viva fueron las directrices del ejercicio de su mandato.
En los conventos que gobernaba como ministro hallaban los religiosos en su prelado un padre de familias, benigno, vigilante, prudente y religioso. No mandaba sino lo que él mismo ejercitaba. Jamás faltaba a ningún acto de la comunidad, era tan modesto en todas sus acciones que causaba a todos una edificación y llevaba una vida muy austera y penitente: desde muy joven ayunó a pan y agua tres días a la semana durante la cuaresma y el adviento y en las vigilias de las fiestas principales y de los santos de su devoción.
En los demás días no comía sin hierbas y legumbres, a veces añadía algún huevo, absteniéndose siempre de carne. Jamás se desnudaba de su hábito. Cuando necesitaba algún descanso se echaba vestido en el suelo donde dormía dos o tres horas antes de los maitines a los cuales asistía siempre y después de haberlos cantado pasaba lo restante de la noche en oración y otros ejercicios devotos.
Predicaba con mucha frecuencia la palabra de Dios, asistía a los enfermos, recogía limosnas para la redención de los cristianos cautivos, cuyos trabajos le traspasaban el corazón y socorría a todo género de pobres: a las viudas, a los huérfanos, a los ancianos y a todos los mendigos que acudían a la portería del convento a buscar la comida que el santo ministro les daba todos los días, previniendo a este fin una olla competente, cuidando con increíble solicitud de buscar lo que se necesitaba para un gasto tan crecido.
Daba de comer cada día en la portería del convento y en los claustros a los pobres que lo pidiesen conforme lo había practicado en todos los conventos en que había vivido y, aunque acudían a centenares, jamás les faltó, trabajando el beato con incansable desvelo en buscar las limosnas que para este gasto era necesario, y cuando faltaba el socorro humano le favorecía el Señor con manifiestos prodigios para que no faltase la comida a los pobres y quedase su siervo consolado y contento.
Porque era tan grande el consuelo que sentía en preparar él mismo la olla de los pobres y en repartirles a medio día por sus propias manos la comida que decía que engordaba de verlos comer y saciarse. Ama la pobreza y a los pobres por el seguimiento de Jesús.
El Padre Rojas, no concibe la persona de María sino en perfecta unión con Dios. La Virgen Santísima, como él la invoca, será la razón de su vida. En su espiritualidad cristiana se le compara con San Ildefonso, arzobispo de Toledo y el monje blanco San Bernardo de Claraval.
Él piensa que para ser totalmente de Dios como lo es de María, hay que ser esclavo de Dios en María y se declara: «Todo de María» y funda la Congregación de Esclavos del Dulcísimo Nombre de María el 14 de abril de 1612.
Múltiples fueron las manifestaciones de su amor a María. El saludo del ángel: «Ave María», es el continuo alentar de sus labios. Lo pronuncia como saludo y despedida, al comenzar todo acto y al terminarlo. Lo dice sin razón aparente pero bien conocemos su razón.
Lo escribe en todos los papeles, cartas, libros; lo mandó grabar en la portería de sus conventos, en las puertas de las celdas de los religiosos; por su influencia, en la fachada principal del Palacio Real de Madrid, con letras doradas legibles a distancia, pudo verse por más de un siglo el saludo angelical: Ave María.
En sus viajes, cuando descubría en lontananza algún santuario mariano, rebosando gozo espiritual, caía de rodillas y trémulo cantaba las palabras resabidas, repetidísimas y nunca gastadas. Luego se llegaba a la casa de María y empleaba largo tiempo en coloquios con la Señora. Sin duda aprendió a tocar el órgano para cantar a María pues fue un buen organista y afinadísimo cantor.
En el oratorio de Caballero de Gracia, que se encuentra en la calle del mismo nombre en Madrid, todos los sábados por espacio de trece años, predicó el Padre Rojas sobre la Madre de Dios sin cansarse y sin cansar al auditorio que en toda ocasión abarrotaba el templo.
Fue nombrado maestro del Príncipe e Infante en 1619. Toda la fama por las heroicas virtudes del P. Rojas ganó el respeto y cariño de los soberanos y toda la corte. Felipe III y la reina Doña Margarita, su esposa, le respetaban y veneraban como santo. Se confesaban con él y en los sucesos adversos que ocurrían no querían resolver nada de importancia sin su consejo. Cuando transfirió su corte a Valladolid quiso el rey que pasase a vivir allí también el santo, pero él tenía que continuar su obra.
Una vez el Rey le visitó en su celda acompañado de los Infantes, sus hijos, edificándose mucho de verla tan pobre y desnuda de adornos. Tenía un lecho pobrísimo, un arca de madera que valdría ocho reales, dos sillas para acomodar a las personas que le visitaban, algunas estampas, una cruz y dos o tres libros. Para componer sus sermones acudía a la biblioteca del convento y decía que en una comunidad todas las cosas debían ser comunes, hasta los libros.
Quiso el Rey asistir también a la comida que en los claustros del convento daba el santo todos los días a los pobres soldados inválidos y a otros que habiendo acudido a la corte a solicitar el premio de los servicios se habían hecho a la Corona, peleando contra los moros en África o contra los herejes en Flandes, no tenían con que subsistir y quedó el monarca edificado de la caridad del siervo de Dios y del celo con que se interesaba por todo lo tocante al real servicio y al bien de la corona.
Doña Margarita de Austria, esposa de Felipe III, quiere fundar un convento de religiosas de clausura y pide al P. Rojas parecer en este proyecto. Después de muchos días dedicados a la oración, el santo consejero contesta a la Reina que a su parecer el monasterio debería dedicarse al misterio de la Encarnación, que se lo entregase a las agustinas recoletas y además le señaló el lugar más apto para su enclave, que es por cierto el sitio donde existe en la actualidad.
La Reina entusiasmada ansía comenzar las obras inmediatamente, más el Padre Rojas le advierte con toda delicadeza que los gastos «no habían de ser a costa del Patrimonio Real, ni de sus vasallos, ni cargando a los pobres nuevos tributos porque esto sería crueldad y se desagradaría Nuestro Señor», que ahorrase «galas», «gastos superfluos», «gustos caprichosos» y «contratiempos», que «con eso sería suficiente».
No sólo se constituye en defensor de los pobres del Reino y vasallos de los reyes, sino que, a imitación de Cristo, toma opción por ellos con preferencia a los mismos reyes.
Creció aún más la veneración del Rey hacia el santo cuando el 25 de septiembre de 1611 la Reina de España, doña Margarita, agoniza en El Escorial, a causa de un parto peligroso.
El rey inconsolable porque su esposa lleva muchas horas en coma y los médicos no pueden recobrarla, ve morir a la reina sin recibir los santos sacramentos y manda llamar al P. Rojas. Así que llegó al palacio le dijo el rey: «Vea vuestra reverencia como se muere la reina sin remedio y sin recibir los santos sacramentos que es lo que más siento». El santo le consoló y pasando sin detenerse al cuarto de la enferma le dijo en voz alta: «Ave María ¿qué es esto, Señora?». A estas voces la Reina, que hasta entonces había estado como muerta, como si resucitara respondió al momento: «Gratia plena, P. Rojas» y cobrando todos sus sentidos se confesó con toda quietud, recibió después con mucha devoción el santísimo sacramento y la extrema unción y después, asistiendo siempre a su lado el santo, entregó plácidamente su alma en manos de su Creador, con increíble consuelo del Rey y de toda su corte.
El Rey tranquilizado le dice al P. Rojas: «Todo mi poder y mis dominios los pongo ante sus ojos. Pida para vuestra Paternidad, sus parientes, amigos o conventos cuanto se le antoje.» El P. Rojas contestó: «Ave María, Señor; tengo vivísimos deseos de fundar la Congregación de Esclavos del Dulcísimo Nombre de María, escriba V.M. al Pontífice para que la bendiga y apruebe y V.M. se ha de servir con sus altezas de verlo».
Los Papas Gregorio XIV, Urbano VIII, Inocencio X y Alejandro VIII, bendijeron y aprobaron la Congregación del P. Rojas, la cual se extendió por toda España, Francia, Inglaterra, Alemania, Flandes, Polonia e Italia, llegando hasta América y Asia.
Todavía existe en Madrid la Congregación con capilla, comedores y demás dependencias de su propiedad. El acceso principal lo tiene por la Calle del Dr. Cortezo.
Felipe III este piadoso monarca, quiso premiar las virtudes del beato, nombrándole primero para el obispado de Jaén y después para el de Valladolid, su patria, pero rehusó admitir el honor y el Rey que conocía la profunda humildad le dejó en paz, pero no pudo librarse de preceptor y ayo de los infantes que le dio el mismo Felipe III en el año 1621 cuando pasó a Portugal. Este cargo de tanto honor le retuvo así un año porque fue nombrado Provincial de Castilla el 8 de mayo de 1621, por lo que tuvo que renunciar como preceptor y ayo de los infantes.
Habiendo fallecido Felipe III en el año 1622 y asistido hasta el último aliento por el santo, Felipe IV, su hijo, que le sucedió en la monarquía, tuvo el mismo amor y la misma confianza con el P. Rojas que su padre, por lo que le nombró confesor de la Reina Doña Isabel de Borbón
El santo aceptó con las siguientes condiciones: la primera que S.M. le permitiese continuar con las visitas de las cárceles, de los hospitales y de los que se hallaban enfermos en las casas particulares y proseguir todos los oficios de caridad que había practicado con ellos. La segunda, que no disfrutase de los honores y distinciones con que se suele condecorar a los confesores de las reinas de España y en consecuencia no usaría coche, ni se le daría el título de reverendísimo, sino el de Fray Simón. Y la tercera, que no gozaría de la posición señalada a los confesores.
La Reina de forma ingeniosa se vale para obligarle a tomar la paga: «los seiscientos ducados de plata recibiréis, no como salario de vuestro oficio, sino como limosna que yo os doy para que en nombre mío la repartáis entre los pobres». Sólo con esta condición lo aceptó.
Iba el santo al palacio andando y vestido pobrísimamente y a veces por no tener capa, pedía prestada a otro compañero. Cuanto más se humillaba más le amaban y veneraban los soberanos.
Ya había llegado el tiempo en que Dios quería premiar a su fiel siervo con la posesión de la gloria. Tenía 72 años, gozando de buena salud, se despidió de la reina, damas de palacio, hijas espirituales, hermanos religiosos porque tenía que hacer un largo viaje. Nadie le preguntó qué viaje era ese y nadie sospechó de su trámite a la eternidad.
A últimos de septiembre tuvo una apoplejía tan fuerte que le privó del uso de los sentidos. El sábado 28 de septiembre de 1624, el P. Rojas no asistió a la misa de la Virgen. Extrañados los frailes, se dirigieron a su habitación y sobre una manta extendida en el suelo, encuentran al santo, privado de los sentidos. Así permaneció treinta y tres horas. Durante su estado de coma no hizo otras manifestaciones de vida que inclinar la cabeza cuando pronunciaban «Ave María». Murió el 29 de septiembre de 1624.
Canonización
Para la canonización del Beato Simón de Rojas se reúnen el 24 de marzo de 1988 las personas que se citan para la «Comisión Organizadora» de los actos. Se nombra Presidentes de Honor de la Comisión al Ilmo Sr. D. Juan José del Moral Lechuga, Vicario Episcopal y al Ilmo Sr. D. Bartolomé González Llorente, Alcalde-Presidente del Ayuntamiento de Móstoles.
El Presidente de la Comisión es nombrado D. Francisco Castillo Hernández, Presidente a su vez de la Hermandad de Nuestra Señora de los Santos y San Simón de Rojas. El cargo de secretario recayó en D. Juan Fernández Aviñó, cargo a su vez de la Hermandad.
La vocalías recayeron en D. Inocente García de Andrés, arcipreste de Móstoles, D. Primitivo García González, párroco de Nuestra Señora de la Asunción de Móstoles y capellán de la Hermandad de Nuestra Señora de los Santos y San Simón de Rojas, D. Andrés Rodríguez Borrego, trinitario, vicepostulador de la causa de la canonización y a D. Juan Manuel Ruíz Menendí, trinitario y arcipreste de Alcorcón, D. Antonio Martín Martín, capellán del Hospital General de Móstoles y finalmente al concejal de Cultura del Ayuntamiento de Móstoles.
La Canonización del Beato Simón de Rojas tuvo lugar el 3 de julio de 1988 por su Santidad el Papa San Juan Pablo II en la Basílica de San Pedro en Roma. La Hermandad de Nuestra Señora de los Santos y San Simón de Rojas, encargada del culto a San Simón de Rojas, asistió a dicha ceremonia, pudiendo entregar al Santo Padre un recuedo.
Hubo muchos actos con motivo de la canonización del Beato. Se mandó también una carta al Cardenal Arzobispo de Madrid-Alcalá solicitando eleve a Su Santidad el Papa la petición de San Simón de Rojas como Patrón de Móstoles, a lo que el Papa accedió nombrándole compatrono de Móstoles, junto a Nuestra Señora de los Santos.
Se organizó una peregrinación a Roma con motivo de la canonización. El resultado fue muy favorable por el número de fieles, 193 personas y el ambiente fraterno que existió.
28 de septiembre, su fiesta
El día 28, festividad de San Simón de Rojas, se celebra la solemne misa en honor al santo en la Ermita de Nuestra Señora de los Santos, donde se le venera durante todo el año. Si bien, desde el día 26 de septiembre en el templo mariano se realiza el triduo en honor de San Simón de Rojas. Asimismo, el santo es aclamado por todos el 12 de septiembre, festividad del Dulce Nombre de María, cuando sale en procesión por las calles de Móstoles junto a Nuestra Señora de los Santos.
Al término de la solemne eucaristía en su honor, se venera el relicario del santo. Este es de plata y piedras preciosas del siglo XVII con la reliquia de San Simón, un trozo de carne, adherida a su túnica. Antes de su veneración, se procede a la Subida de la Virgen a su trono, a su camarín, mientras se canta la Salve.
La Subida de la Virgen a su camarín se hace igual que la Bajada, pero en sentido contrario. Parece que sube al cielo. El procedimiento que se usa para ello es gracias a un mostoleño, D. Enrique Olarte Fraile, que ideó un torno que llevó a la práctica a principios del siglo XX y que desde entonces se viene haciendo de esta manera